PARADISE LOWBIKE MORELIA:
CONTRA EL ESTIGMA DEL PANDILLERISMO
TEXTO, JORGE ÁVILA
INTRODUCCIÓN
Cada domingo, a un costado de la Catedral, los miembros del club Paradise Lowbike Morelia llevan sus bicicletas para que la gente las vea, les tome fotos y conozca más de una cultura muy estigmatizada.
La indumentaria chola, los tatuajes, el cabello a rapa, la forma de hablar y hasta el andar están demasiado estigmatizados por una sociedad que a veces pareciera no reconocer que Morelia, aunque no sea una gran urbe como la Ciudad de México, Guadalajara o Monterrey, es plural, llena de distintos estilos y formas de ver y vivir la vida.
Si bien en años anteriores era muy marcado el pandillerismo en diferentes zonas de la capital del estado, hoy los miembros de Paradise Lowbike quieren romper con eso, ya que muchos de ellos son veteranos de la época en la que ir a otra colonia podía tener consecuencias negativas. Con las experiencias vividas años atrás y siendo muchos de ellos padres de familia, hoy lo que les importa es difundir una cultura, un estilo de vida, una estética, y demostrar a los más jóvenes que ser cholo de corazón no necesariamente implica llevar una vida loca, sino que hay muchos aspectos que se pueden explotar y darles un cauce positivo.
El equipo de La Voz de Michoacán visitó a los miembros de Paradise Lowbike Morelia a fin de conocer de cerca su movimiento y mostrar a nuestros lectores que la pluralidad es lo que da forma a una ciudad.
1. De los pachucos a los cholos
Aunque la estética chola está presente en gran parte del país, su origen se dio en Estados Unidos. Ataviados con sombreros con plumas, una flor en la solapa, zapatos de charol y coloridos pantalones de tirantes con leontina, los pachucos, aún presentes sobre todo en ciudades del norte de México y la capital del país, son una subcultura de pandillas nacida en Estados Unidos, en la década de 1930.
En esos años, imperaba en la Unión Americana un marcado racismo, que hacía que muchos restaurantes prohibieran la entrada “a perros, negros y mexicanos”, mientras los blancos tenían preferencia para sentarse en autobuses.
Indignados por esa situación, mexicanos radicados en suelo estadounidense organizaron un movimiento de resistencia social y cultural, cuyos miembros se autodenominaron pachucos.
Enfrascados en constantes enfrentamientos contra policías y soldados estadounidenses que dejaron masivas detenciones hacia 1943, los pachucos hablaban spanglish (la mezcla de inglés y español) y vestían el excéntrico zoot suit: traje de saco holgado hasta la rodilla y pantalones bombachos de pinzas.
Las pandillas de pachucos que controlaron barrios de la frontera mexicano-estadounidense, sobre todo en Los Ángeles, se desvanecieron con el tiempo, pero en la década de 1960 heredaron parte de su estética y caló a los cholos, otra tribu urbana también conformada por mexicanos y chicanos.
El paliacate en la frente, pantalones holgados, camisas de franela o playeras también holgadas, lentes oscuros y el cabello por lo regular a rapa, los primeros cholos de Estados Unidos eran dignos representantes de la clase obrera conformada por mexicanos y chicanos. Al paso del tiempo, a medida que la migración aumentaba, muchos mexicanos que regresaban de Estados Unidos comenzaron a difundir en varios estados del país su forma de ver la vida, su manera de vivirla, su indumentaria, el código de valores, el léxico y demás aspectos que forman la identidad del cholo.
Hoy muchos cholos no son migrantes, han pasado toda su vida en México, pero han adoptado el estilo para defender sus barrios, por lo regular olvidados por las autoridades. Un ejemplo de ello es Ramón Conchas, conocido como Mr. Yosie Locote, líder de una pandilla en Guadalajara y a la postre uno de los raperos más reconocidos del undergound tapatío, quien en entrevistas señalaba que nunca había ido a Estados Unidos y aun así siempre fue respetado tanto por su música como por siempre ser fiel a su estilo de vida.
En Morelia, durante la década de los 90, hubo una marcada presencia de cholos en diferentes colonias de la ciudad, por lo regular enfrentadas entre sí. Pero hoy en día hay muchos veteranos que se esfuerzan por erradicar el pandillerismo que los marcó en su juventud sin por ello abandonar los códigos de vestimenta y valores, como amarse uno mismo, amar a quien le brinda su cariño y amistad, nunca traicionar a un amigo, no temer a nada y a nadie, decirle “simón” a la vida, tratar a las personas tal como los tratan, pensar y razonar antes de actuar, demostrar superioridad y honor, darse a respetar y no avergonzarse de sus raíces.
2. Lowrider, rodar bajito
Aproximadamente en 1946, después de la Segunda Guerra Mundial, muchos chicanos comenzaron a modificar los carros bajándolos algunos centímetros para que se distinguieran del resto. Al principio se utilizaban sacos de arena en la cajuela para dar esa imagen “chaparrada”. Además, se usaban llantas y rines más pequeños, se recortaban los resortes de la suspensión o se retiraban muelles. Además de eso, se comenzó a montar una placa de magnesio bajo el carro para que al rozar el pavimento salieran chispas.
Sin embargo, se vieron en algunos problemas con la autoridad y algunas legislaciones comenzaron a prohibir que se modificaran las suspensiones y que las piezas del vehículo bajaran más allá de la llanta.
El apogeo estalló durante los años 70, con autos grandes y lujosos, de preferencia de modelos atrasados (que hoy son clásicos). En ese entonces se comenzaron a desarrollar los primeros sistemas hidráulicos que básicamente consistían en suspensiones modificadas para ser controladas mediante dispositivos eléctricos que accionaban válvulas encargadas de distribuir fluido hidráulico, similar al de los equipos de construcción que para este caso servían para hacer bajar o subir el vehículo según lo quisiera el conductor, descubriendo también que con este sistema podría saltar desde el eje delantero, incluso bajando una esquina o un lado del vehículo, en respuesta a las rígidas leyes que no permitían bajar el vehículo, y así podía pasar desapercibido ante la autoridad y podía bajar cuando no hubiese vigilancia estricta, pero también podía subirse para poder atravesar caminos en mal estado. Sobre esta tendencia, en 1975 la banda de rock y funk War lanzó una canción denominada “Low rider”, donde se muestran infinidad de vehículos con este estilo en el vídeo que acompañaba al sencillo.
En esa época muchos no tenían el dinero para un carro, por lo que empezaron a customizar bicicletas con colores y estilos peculiares. Es por ello que actualmente, las bicis lowrider son de modelos clásicos.
En esa época muchos no tenían el dinero para un carro, por lo que empezaron a customizar bicicletas con colores y estilos peculiares. Es por ello que actualmente, las bicis lowrider son de modelos clásicos.
A las bicicletas se les montan espejos, una llanta de refacción en la parte trasera, faros, volantes de cadena al centro de los manubrios, incluso un paliacate como ornamento. Pero también se utilizan piezas sometidas a torsión y son particularmente bajas. Eso sin contar que también hay triciclos a los que se les puede instalar un equipo de audio.
A las bicicletas se les montan espejos, una llanta de refacción en la parte trasera, faros, volantes de cadena al centro de los manubrios, incluso un paliacate como ornamento. Pero también se utilizan piezas sometidas a torsión y son particularmente bajas. Eso sin contar que también hay triciclos a los que se les puede instalar un equipo de audio.
3. Presencia lowrider en la capital del estado
En Morelia también está presente el movimiento lowrider de forma organizada: desde hace dos años se conformó el club Paradise Lowbike Morelia, que aglutina a quienes aman y adoptaron esta manifestación cultural como forma de vida. Aunque los miembros del club no son nuevos en esto, ya que hay quienes tienen más de 30 años inmersos en la cultura chola. Algunos porque lo adquirieron en Estados Unidos, otros porque estando en una zona de la ciudad donde imperaba, naturalmente se adscribieron a esta forma de ser.
Provenientes de los cuatro puntos cardinales de la capital del estado, como las colonias Prados Verdes, López Mateos, Villas del Pedregal, Santa María, la zona de Las Tijeras, la Solidaridad, la Tenencia Morelos, Metrópolis, Torreón Nuevo y Galaxia Tarímbaro, llegan ataviados con playeras, ya sea color azul o blanco, y con pantalón Dickies. Cada semana los más de 50 miembros del club se reúnen a un costado de la Catedral de Morelia no sólo en una convivencia entre amigos, sino en una exhibición en la que, además de mostrar el trabajo que han hecho con sus bicicletas, también tratan de romper con los estigmas y estereotipos que hay en torno a la vestimenta chola, la cabeza rapada, los tatuajes y una cultura muy relacionada con el pandillerismo, rasgo que ellos se han esforzado por erradicar.
Aunque al club no sólo se acercan amantes de las bicicletas, también hay dueños de carros modificados que cada domingo se estacionan en la avenida Madero, pero no duran mucho tiempo, ya que, pese a que lo han solicitado a las autoridades municipales, no se les ha dado el permiso para exhibir sus carros en el primer cuadro de la ciudad los fines de semana.
Aun así, mientras exhiben sus bicicletas y conviven entre ellos, la gente que va pasando no puede dejar de voltear a verlos a ellos y a sus bicicletas. Hay quienes sólo miran de reojo y algo murmuran al acompañante, pero otras personas, menos tímidas, o quizá con menos prejuicios, sí se acercan a preguntar sobre la naturaleza de las bicicletas, y hasta piden ser fotografiados montando una de ellas o con los integrantes del club, quienes siempre tienen total apertura a quien quiera aprender de su cultura.
Sobre la forma en que consiguen las bicicletas, un miembro del club, Pelucas, explica que suelen comprarlas ya armadas, pero ellos las personalizan, para lo cual, las piezas se encargan, ya sea por internet o por medio de otros compañeros. Así, cada quien va personalizando su “baica”.
“Cada bicicleta está hecha con el amor de su dueño y es parte de su esencia”, y así, dependiendo de la bicicleta, el gusto del dueño y sus posibilidades económicas, la más barata ronda los 5 mil pesos y hay las que están valuadas desde los 30 mil pesos a los 40 mil pesos, según lo que la bicicleta tenga, como piezas, pintura, accesorios y acabados.
4. El club Paradise Lowbike Morelia
Sobre la conformación de Paradise Lowbike Morelia, el líder y uno de los fundadores del club, Tony Dickies, relata en entrevista que “el club empezó en 2019, el 26 de mayo se conformó gracias la reunión de los que nos gusta el movimiento lowrider y estamos cumpliendo 2 años”.
El líder del club, quien también se dedica a la venta de ropa chola, comenta que cada domingo se reúnen en la Plaza de Armas, y aprovechó para invitar a todo aquel que quiera conocer de cerca su cultura, ya que la finalidad del club es precisamente esa. Por ello, indicó que ya se está en gestiones para que las autoridades les permitan, además de las bicicletas, llevar los carros lowrider con que se cuenta en Morelia y hacer más públicas sus actividades, ya que, recalca, “todo este ambiente es familiar y aquí los esperamos”.
Además de la reunión semanal a un costado de la Catedral, también asisten a eventos de exhibición, donde confluyen carros modificados, clásicos y gente interesada en el mundo del tunning.
Entre los veteranos del club está el Gato, quien sin poder definir la fecha precisa en que la cultura lowrider llegó a Morelia por haberse dado de forma gradual, relata que desde sus 9 años de edad está inmerso en esta cultura, y su primera bicicleta lowrider la tuvo a los 12 años. Han pasado 30 años y aún la conserva, pero en el club hay otras bicis “que rodaron conmigo”, y remata “¿qué te digo, mi carnal?, es algo bueno para nosotros. Ya tiene mucho tiempo que está esto aquí. A mí me late, es algo chido y le vamos a dar con las nuevas generaciones. Por lo pronto aquí estamos para todo el público que quiera acercarse a Paradise Lowbike”.
Pero, como todo club, hay lineamientos que sus 56 miembros deben cumplir, y más porque en el grupo hay muchas mujeres, algunas de ellas madres de familia que acuden a las reuniones con sus hijos y esposos. Lo primero que una persona debe tener para ingresar al club es el amor a la cultura y ser constante en la asistencia a las reuniones, exhibiciones y demás actividades del grupo, pero además seguir el código de vestimenta y respetar a todos, dentro y fuera del club, como explica Monserrat.
Otra de las jóvenes integrantes del grupo, Shany, ahonda más en las reglas a seguir: “En el club tenemos un código de conducta, y lo que nos marca es que debe haber cero alcohol, cero drogas. Debe haber mucho respeto entre nosotros y a la gente que nos rodea”. El código de vestimenta consiste en “pantalón o bermuda azul marino, café, gris o negro. La playera es azul marino, blanca o negra, para identificarnos como miembros del club”.
El código de conducta obedece a una razón: se trata de que el club sea familiar, que personas de todas las edades interesadas en esta cultura se sumen, porque Paradise Lowbike no es una pandilla, es un grupo de personas con intereses en común.
5. Romper prejuicios y estigmas
Pero la difusión de la cultura lowrider no ha sido fácil, ya que entre muchas personas aún persisten estigmas y prejuicios debido a la vestimenta, los tatuajes, el gusto por el cabello demasiado corto o rapado, la forma de hablar y hasta por situaciones que han quedado en el pasado, como el pandillerismo, que en algún momento tuvo a los jóvenes de muchas colonias inmersos en luchas territoriales.
Uno de los líderes del club, Drako, reconoce que mucha gente asume que el ser cholo fue una moda, pero “para mí y mis carnales es más que eso, es un estilo de vida, es una forma de ver distinta la situación que estamos viviendo”.
Sobre cómo se vive bajo el estereotipo creado por quienes no conocen su cultura, Drako dice que, efectivamente, “mucha gente nos estigmatiza por el corte de cabello, por los tatuajes, por la manera en que uno se expresa, uno se viste o calza. Mucha gente nos dice que somos ladrones, que no tenemos principios, ninguna ética, pero al día de hoy se trata de quitar ese falso estigma: el corte de pelo es porque así nos sentimos a gusto, los tatuajes son algo independiente el día de hoy”.
Y recalca que Paradise Lowbike no es una pandilla, “somos un club de exhibición, un club en el que el pandillerismo se quedó abajo. Si mucha gente se diera cuenta de lo que cuesta vestirse como uno se viste, de lo que cuesta mantener una bici como la mantenemos nosotros, nos quitaría ese estigma, ya que realmente cada uno de nosotros tiene su empleo, cada uno tiene su familia. El ser cholo y pertenecer al club Paradise Lowbike Morelia no es una simple moda, es todo un estilo de vida”.
A la pregunta de lo que los miembros de Paradise Lowbike desean proyectar hacia el exterior, Rigoberto Muñoz recalca que quienes basan su opinión en un prejuicio están en un error, por eso, aunque “se puede etiquetar por la forma en que vestimos, estamos tratando de eliminar ese estereotipo que se tiene de nosotros”.
A la pregunta de lo que los miembros de Paradise Lowbike desean proyectar hacia el exterior, Rigoberto Muñoz recalca que quienes basan su opinión en un prejuicio están en un error, por eso, aunque “se puede etiquetar por la forma en que vestimos, estamos tratando de eliminar ese estereotipo que se tiene de nosotros”.
Pelucas, quien, como otros miembros de Paradise Lowbike, con todo y su familia pertenece al club, explica que mediante el grupo se busca erradicar el pandillerismo, ya que eso quedó atrás. Por eso, los miembros de este movimiento llegan a las reuniones con sus familias, “y queremos quitar se estigma de que porque la gente nos ve tatuados o vestidos así, o porque estamos pelones, somos pandilleros. Nosotros no somos una pandilla, somos un club, somos una familia. Queremos que la gente nos conozca, que conozcan un poco más de la cultura. Todos tenemos nuestros trabajos y esto es familiar y fomentamos en las nuevas generaciones que lo de las pandillas quedó atrás, ahora es puro amor a la cultura lowrider”.
Sobre ese tema y fuera de grabación, varios de los miembros del club comentan que la cultura lowrider les ha servido para canalizar sus energías e intereses, lo que les ha permitido alejarse de la “loquera”; es decir, las drogas, el alcohol y el pandillerismo. Así, quienes tienen una bicicleta, dedican su tiempo libre y parte de sus ingresos a mejorarla hasta dejarla como quieren, aunque rara vez se llega a estar satisfecho con el resultado puesto que siempre habrá cosas que arreglar o mejorar, nuevos aditamentos que instalar, nuevas bicis que armar.
Otro integrante, un joven de 20 años cuyo nombre se omite por haber dado su testimonio fuera de entrevista, relata que hace algunos años se fue a vivir al norte de México, donde se metió en varios problemas debido a su pertenencia a una pandilla, hasta que esos problemas lo hicieron regresar a Morelia. Cuenta que se vino básicamente con lo que traía puesto y sus pocos ahorros los gastó en el pasaje. Aquí lo acogieron sus padres, que están separados. Debido a que desde muy temprana edad dejó la escuela, le ha sido difícil encontrar un trabajo estable, pero además llegó sin conocer a casi nadie en la ciudad; sin embargo, por las redes sociales encontró el club y los contactó. Hoy es miembro de Paradise Lowbike, donde le han permitido explotar su creatividad mediante el diseño de logos, y no pierde la esperanza de comprar una máquina para tatuar y equipo de cómputo para editar audio, ya que también le gusta el rap. Así, nos confía que entre el apoyo de sus padres y las actividades del club se ha mantenido lejos de la tentación de las drogas y volver a la “loquera”.
La cultura lowrider es una de tantas que tienen presencia en Morelia y que hasta conviven en el Centro Histórico, y son conscientes de ello. Pero al no ser pandilleros ni generar conflictos con nadie es que también apelan al respeto de las demás personas, como señala Elizabeth Hernández, porque reconocen y respetan a la diversidad que nutre a la ciudad: “En Morelia hay muchas culturas, como los patinetos, las bicicletas… hay muchos. Nosotros respetamos cada una de sus culturas, cada uno de sus estilos, no nos metemos en problemas y queremos que la gente vea que, aunque nos vean así, no andamos en pandillas. La nuestra es una cultura que es familiar. No representamos las cosas malas de la calle, nosotros somos una familia, así nos queremos, nos respetamos y así queremos que también nos respeten las demás personas”.
6 Más que un club, una familia
Elizabeth Hernández es miembro del club, pero también es esposa y madre y toda su familia vive inmersa en esta cultura, lo cual es motivo de orgullo porque “así nacimos, así crecimos, nuestros hijos también llevan nuestra cultura. El más chico tiene 5 años y también pertenece al movimiento”.
Aunque reconoce que aún persisten los estigmas y prejuicios por parte de la sociedad, a ella no le importa, porque “nosotros nos sentimos a gusto con nuestra vestimenta, a veces hay críticas, pero ya estamos acostumbrados a que nos vean feo, que nos critiquen. Gracias a Dios nosotros trabajamos. Mi esposo y yo nos dedicamos a la venta de ropa chola y ya la gente nos conoce, somos Tony Dickies y Liz La 13, y así es como nosotros vivimos. Me da mucho gusto estar en este movimiento, me siento orgullosa de todo esto”.
Ese orgullo por pertenecer a Paradise Lowbike es un rasgo común de todos los integrantes del grupo, porque aquí han encontrado personas que piensan como ellos, que comparten gustos y la manera de ver la vida. Otros explotan aquí su creatividad, porque en el club también hay raperos que, mediante la música, cuentan sus vivencias, dan testimonio de cómo se mantiene la frente en alto pese a la adversidad, como lo narra Eric, apodado Loco, integrante a su vez del grupo moreliano de rap Némesis Corp, y cuya música y videos es posible encontrar en YouTube.
Hay ideas que los miembros del club ponen en claro durante toda la entrevista: no son una pandilla, son personas de trabajo que aman una cultura y a ella dedican parte de sus ingresos porque no es barata y además muchos de ellos son padres de familia, esposas y esposos. Aunado a ello, el respeto entre integrantes del grupo y hacia afuera es básico. Pero algo en lo que se insiste es en lo que se conoce como “carnalismo”, o sea que, más que compañeros, se asumen como una gran familia.
Sobre este último punto, el Gato nos confía: “Entre nosotros mismos nos ayudamos si pasa alguna cosa. Por ejemplo, empezando el año murió mi mamá y ellos me apoyaron. En Día de Reyes juntamos juguetes y les regalamos a los niños, hemos ido al Hospital Infantil a ayudar a las personas que están ahí”.
Y finaliza: “Y es que no somos malas personas, sólo nos gusta la cultura de las baicas, pero somos personas tranquilas, somos una familia, todos somos personas de bien y nos apoyamos. Esto lo digo para que las nuevas generaciones vean que las pandillas ya no existen”.